lunes, 22 de agosto de 2016

Rosa, la osa. (Liana Castello)






Rosa, la osa, era perezosa.    
Pasaba su tiempo tumbada en el suelo.
Su alimento diario tampoco buscaba,
siempre había alguien que le convidaba.
Era preocupante ver que nada hacía
y que haraganeando pasaba su día.
Sus seres queridos, sus padres 
y amigos miraban a Rosa, todos afligidos.
Cada uno de ellos se puso a pensar
en cómo a la osa poder ayudar.
Hay que enseñarle el valor del esfuerzo
-dijo con voz grave el pequeño escuerzo.
Que el trabajo es bueno y también es sano
-agregó muy serio un largo gusano.
¡Ya es hora que Rosa empiece a hacer cosas!
-gritaron a coro doce mariposas.
De acuerdo muy pronto todos estuvieron
y en marcha el plan rápido pusieron.
Si quiere comida, la irá a buscar


-dijo una lechuza y se puso a chistar.
Ni frutas, ni nueces le convidaremos
¿Y entonces que hará? ¡Veremos, veremos!
¡Se levantará pues tendrá apetito!
-dijo muy seguro un mono chiquito.
Pondremos comida lejos de su alcance,
para que la busque hasta que se canse
Y Rosa pensó "algo debo hacer
pues me siento débil y debo comer".
Obligada un poco por la situación,
Rosita, la osa, aprendió la lección.
Comenzó a moverse poco a poquito
para así saciar su gran apetito.
Descubrió la osa, para su sorpresa,
que no era buena su antigua pereza.
Y desde ese día busca su comida
y siempre algo más que a otro convida.
Y ahora la osa sólo duerme siesta
si sabe que luego irá a alguna fiesta.

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