Rosa, la osa, era perezosa.
Pasaba su tiempo tumbada en el suelo.
Su alimento diario tampoco buscaba,
siempre había alguien que le convidaba.
Era preocupante ver que nada hacía
y que haraganeando pasaba su día.
Sus seres queridos, sus padres
y amigos miraban a Rosa, todos afligidos.
Cada uno de ellos se puso a pensar
en cómo a la osa poder ayudar.
Hay que enseñarle el valor del esfuerzo
-dijo con voz grave el pequeño escuerzo.
Que el trabajo es bueno y también es sano
-agregó muy serio un largo gusano.
¡Ya es hora que Rosa empiece a hacer cosas!
-gritaron a coro doce mariposas.
De acuerdo muy pronto todos estuvieron
y en marcha el plan rápido pusieron.
Si quiere comida, la irá a buscar
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-dijo una lechuza y se puso a chistar.
Ni frutas, ni nueces le convidaremos
¿Y entonces que hará? ¡Veremos, veremos!
¡Se levantará pues tendrá apetito!
-dijo muy seguro un mono chiquito.
Pondremos comida lejos de su alcance,
para que la busque hasta que se canse
Y Rosa pensó "algo debo hacer
pues me siento débil y debo comer".
Obligada un poco por la situación,
Rosita, la osa, aprendió la lección.
Comenzó a moverse poco a poquito
para así saciar su gran apetito.
Descubrió la osa, para su sorpresa,
que no era buena su antigua pereza.
Y desde ese día busca su comida
y siempre algo más que a otro convida.
Y ahora la osa sólo duerme siesta
si sabe que luego irá a alguna fiesta.
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lunes, 22 de agosto de 2016
Rosa, la osa. (Liana Castello)
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